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jueves, 5 de mayo de 2011
jueves, 3 de diciembre de 2009
LA INDUSTRIA PELETERA
un video en el que veras como son utilizados salvajemente los animales para que 4 descerebrazon vistan con pieles de animales.
el video es fuerte y puede herir la sensibilidad
PINCHA AQUI
martes, 10 de marzo de 2009
UN GRAN PERRO (mi bulldog frances)
Este blog esta dedicado integramente a quien fue mi gran amigo y compañero Toro. Hace exactamente 1 año y 7 dias lo tuvimos que sacrificar. De repente y con solo 3 añitos y medio se quedo paralitico , aparte de otro problema estomacal. Luchamos durante 17 dias por su recuperacion, incluso sopese la idea de comprarle un carrito de ruedas. 17 dias fueron mas que suficiente para darnos cuenta de que el perro de esta forma no iba a ser feliz y como no hay mayor gesto de amor hacia el, que el de despedirte para que no sufra y dejarte una herida en el alma irrecuperable, decidimos sacrificarlo. Me acuerdo de el a diario. Todos los dias sufro de pena.
Afortunadamente me queda el consuelo que llevo una vida plena, puedo presumir de tener el primer bulldog frances del mundo en recorrer integramente los Picos de Europa. El disfrutaba mucho haciendo montaña.
En el blog me han comentado de que Toro era un perro muy bello morfologicamente. Estoy totalmente de acuerdo con ello, pero como no hay mas que un par de fotos de mi bulldog frances, he decidido poner una, en la que se observa la perfeccion de sus formas
Afortunadamente me queda el consuelo que llevo una vida plena, puedo presumir de tener el primer bulldog frances del mundo en recorrer integramente los Picos de Europa. El disfrutaba mucho haciendo montaña.
En el blog me han comentado de que Toro era un perro muy bello morfologicamente. Estoy totalmente de acuerdo con ello, pero como no hay mas que un par de fotos de mi bulldog frances, he decidido poner una, en la que se observa la perfeccion de sus formas
miércoles, 9 de julio de 2008
FAUCES CONTRA FAUCES
ASÍ SON LAS PELEAS DE PERROS
http://blogs.laverdad.es/blackblog/2008/04/09/fauces-contra-fauces/
Corría el año 2000 cuando me planteé como reto hacer un reportaje sobre peleas de perros. Era uno de esos temas cuyo conocimiento me apasionaba alcanzar por lo que tenía de salvaje, de atávico, de oculto y, por qué no, también de arriesgado.
No me resultó fácil llegar hasta personas pertenecientes a este submundo, cómo es fácil de imaginar. Hube de pasarme algunas semanas recorriendo barrios marginales y tratando de ganarme la confianza de los vecinos menos recomendables, pues quienes se dedican a este tipo de actividades ilícitas –las peleas de perros y las correspondientes apuestas– en no pocas veces tienen vinculación con otras prácticas delictivas, como el tráfico de estupefacientes. De hecho, las pautas de seguridad que se suelen seguir son muy similares en unos y otros casos.
El resultado de aquella investigación se publicó en julio del 2000 en la revista XL El Semanal, que se distribuye con todos los periódicos del Grupo Vocento, y causó una gran conmoción en algunos ámbitos, como los de las asociaciones protectoras de animales.
Yo estoy especialmente satisfecho del reportaje, pues era –creo– la primera vez que un periodista español se introducía de tal forma en este mundo y, a día de hoy, considero que no se ha vuelto a hacer algo similar en nuestro país.
A modo de advertencia para las personas especialmente sensibles con el sufrimiento de los animales diré simplemente que no es un reportaje agradable.
Un abrazo, y gracias a todos.
(El perro atigrado es 'Bull', en uno de sus combates, del que salió vencedor).
'BULL', EL PERRO ASESINO
«Un pitbull muerde con los huevos». Rafael –el nombre es supuesto– no ha olvidado el día en que escuchó por primera vez esa sentencia. Fue hace una decena larga de años. Una personalidad proclive a la violencia, una cierta afición a las apuestas y la compañía habitual de sujetos escasamente recomendables le habían conducido a iniciarse en las peleas de perros. Era un novato, un ‘patas’ que comenzaba a aventurarse en un mundo sórdido y brutal donde no existe la razón, sino el instinto en su estado más puro, y no se conocen otras leyes que el valor, la fuerza, el dolor, la sangre y la victoria. O la derrota. y con ella, muchas veces, la muerte.
Rafael era un novato, pero tenía un buen perro. Una bestia de sesenta kilos, cruce de mastín y bóxer, capaz de partirle el cuello al tipo más bragado a una orden de su dueño. Y lo había probado con éxito en un par de combates con otros perros en poblados de chabolas de cercanas localidades. En unos minutos tendría una buena oportunidad de seguir acrecentando su fama en la comarca. Tocaba pelea, el ‘ring’ estaba montado y dispuestos para acoger la riña y el rival ya sacaba su perro del maletero del coche. Pero a Rafael no le gustó lo que vio. «Guarda ese chucho ahora mismo, o te empiezo a dar de hostias». No había doble sentido en sus palabras. Decenas de contactos y llamadas clandestinas, citas en aparcamientos públicos, unos preparativos y unas precauciones propias de un intercambio de cocaína..., y todo se iba al garete por un payaso que había tenido la ocurrencia de presentarse al encuentro con un animal que no levantaba dos palmos del suelo y que, pese a ser robusto, ni de lejos alcanzaba los veinte kilos. Tres veces menos que su ‘Felipe’. Cierto que el bicho tenía una cabeza como un ladrillo y unos músculos maxilares tremendamente abultados, que le daban la apariencia de estar masticando dos pelotas de tenis. Además tenía algo en la mirada... Pero no, aquello era ridículo. «Guarda el chucho, que te ‘ahostio’. Y vamonos, que ya sólo falta que llegue la pasma».
«El perro es bueno –le respondió–. y se lo echo al tuyo sin que haya apuesta». La media sonrisa y la suficiencia con las que aquel tipo acompañó la frase colmaron la paciencia de Rafael, que liberó a su perro sin aguardar la preceptiva señal del árbitro. La pelea duró dos minutos. Tiempo suficiente para que el mastín le arrancase de un bocado medio hocico al otro animal; tiempo suficiente para que el chucho se liberase de esos colmillos y, con una furia ciega, lanzase sus fauces contra el pecho y el cuello de ‘Felipe’; tiempo suficiente para que hiciese presa y comenzase a triturar huesos, músculos, vasos, tendones y nervios con metódica pero implacable determinación; tiempo suficiente para ver el terror escrito en los ojos del gigantesco can; tiempo suficiente para comprender que ahí delante había un animal único e invencible porque no conocía el dolor ni el miedo... «Tu perro muerde con la boca. Mi pitbull muerde con los huevos». Ese día Rafael perdió una pelea, pero aprendió una lección que desde entonces aplicaría a las riñas de perros y a su propia vida. A la hora de morder, de golpear o de matar, pesan siempre más dos huevos que dos mandíbulas, dos puños o dos pistolas.
Hoy forma parte de la élite, de un ‘selecto’ club constituido por ocho o diez individuos, no más de una docena –algún conocido empresario, un par de traficantes de heroína, un picapleitos, un funcionario....– que controla el mundo de los combates ilegales de perros en España. «Peleas de verdad hay muy pocas –advierte Rafael–; no más de dos o tres cada año. Otra cosa es que unos desgraciados, de repente, cojan dos perros de mierda y los pongan a darse cuatro mordiscos. De ésos hay muchos. Pero una pelea como Dios manda..., de ésas hay bien pocas».
Para tener una pelea de verdad hay que tener dos perros de verdad. Dos ‘champions’, en el argot. Dos asesinos. Y no es fácil convertir en asesino a un perro noble, amante de los niños y fiel hasta dar la vida cien veces por su amo, como lo es cualquier pitbull. No es fácil por más que el animal lleve inscrito en su código genético un odio atávico e irrefrenable hacia los otros perros, por más que posea una mandíbula inconcebible, por más que tenga una potencia muscular incomparable... Para lograrlo hay que ser más animal que el propio perro. Y Rafael lo es. Y tiene un método infalible. Y es capaz de aplicarlo porque carece de escrúpulos.
«Yo le llamo –explica– la prueba de la supervivencia. Es sencillo. Consiste en atar al animal al aire libre, a pleno sol, sin comida ni agua, durante siete u ocho días. Si vive, si después de todo eso aún quiere vivir, será capaz de todo. Matará por vivir». No habla en balde. Lo ha visto. Lo ha visto hacer a su perro, a ‘Bull’, el mismo que acabaría convirtiéndose en campeón, cuando después de cinco días amarrado a una cadena, hambriento, deshidratado, exhausto, todavía tuvo cojones para abrir unos eslabones gruesos como un dedo humano, lanzarse como un diablo contra un pastor belga y destrozarle el cuello en pocos segundos. «Cuando llegué a casa, le había devorado la cabeza», rememora. ‘Bull’, tendido patas arriba, saciado de sangre, ronroneaba como un gato.
Una vez sometido a la prueba, con no más de un año, llega el momento de conocer cuánto de bueno hay en sus genes. «El pitbull auténtica nunca huye. Si lo hace, si se achanta, es que no es puro, no tiene buena sangre. Y es mejor dejarlo, venderlo.». La primera ‘topa’ da la medida de su raza. No es mucho más que un contacto entre dos perros jóvenes, que son separados antes de que lleguen a herirse gravemente, en cuanto han dejado constancia de su fiereza y de su ciega disposición a matar al oponente. «Eso es lo que alguna vez se ha visto en televisión: alguna topa de dos perrillos. No hay ni sangre. Y a eso le llaman pelea y lo presentan como una barbaridad. Muy poca gente ha visto una pelea de verdad», comenta, entre risas, Rafael. Y es que de las peleas de verdad no se suele tomar imágenes. Y si se toman alguna vez, son destruidas de forma inmediata. Y si no se destruyen, jamás salen a la luz. Jamás. Hasta que un día salen.
En el submundo de las peleas de perros todos se conocen entre sí. Y las noticias vuelan. Los resultados de los combates se conocen en horas y la fama de un buen perro, que haya convertido a un ‘champion’ en sanguinolenta pulpa, corre como la pólvora. No tardará en surgir quien rete a su dueño desde cualquier parte de España. A veces desde Alemania o Bélgica. La pelea será fijada con las máximas garantías de seguridad y siempre con varios meses de antelación. Meses en los que el animal será sometido a un entrenamiento propio de un gladiador. Pues no en otra cosa se ha convertido ya el perro. Llevará una dieta muy nutritiva, a base de arroz blanco con verduras hervidas y pienso de alto poder energético, y cada día se le arrojará a una piscina hasta que sea incapaz de dar una patada más al agua para mantenerse a flote. O forzado a correr tras una moto a lo largo de diez o quince kilómetros. «Yo les ato además al hocico una pieza de hierro de seis kilos, para que tengan que ir haciendo fuerza con el cuello y no den con el morro en el suelo. Se les pone el pescuezo como el de un toro».
Para aumentar la ya descomunal potencia de los maxilares, se les obligará a morder un neumático de coche, previamente atado a una viga o a la rama de un árbol, y se les dejará colgados durante doce o quince minutos. Aunque el método es sobradamente conocido en ese mundo, Rafael le añade el elemento diferencial, su firma: «Cojo una vara de olivo y lo hincho a palos mientras está colgado de la boca. No se suelta; al revés. Sólo se retuerce con más rabia y muerde con más fuerza».
El resultado de tales torturas sólo puede ser uno. Constituye un hecho científicamente probado que detrás de no pocos agresores sexuales, de hombres que han hecho de la violencia su principal argumento o su forma de vida, se oculta una infancia repleta de abusos, palizas, incomprensión y vejaciones. Nada muy diferente se esconde tras un perro asesino. Sólo un amo despiadado. Y ‘Bull’ es un perro asesino. Como lo fue ‘Fly’. O la perra ‘Aluja’, que se hartó de partir patas en los rings. O ‘Red’, el can murciano al que la gloria no le duró muchos meses. O ‘Guoyacá’, uno de los primeros pitbulls del circuito, al que un adinerado hombre de negocios se trajo de Estados Unidos, hace una década, y que fue dejando un rastro de sangre es desiguales peleas por el sureste español. O ‘Dólar’, que se ganó el apelativo cuando propició en Bélgica que su amo se embolsase un millón en billetes con el rostro impreso del bueno de Abraham Lincoln. O ‘Chicago’, comprado en M´México, que ganó tres peleas de máximo nivel en España antes de quedar convertido en un despojo entre las mandíbulas de ‘Bull’, el protagonista de nuestra historia. O ‘Bimbo’, un perro sin rival, sin comparación posible, el único al que jamás se le fue un rival vivo.
«Era impresionante –recuerda Rafael–. Se lanzaba al pecho y destrozaba las costillas, los pulmones, el corazón...». Hace tiempo que no se sabe de él. Pero España está llena de hijos de ‘Bimbo’ y de dueños irresponsables y cruentos dispuestos a convertirlos en lo mismo que fue su progenitor. Y a curarlos y alimentarlos mientras el ring no dicte sentencia condenatoria. Cuando eso ocurre, unos pocos son sacrificados. «Pero lo normal es que sean vendidos. ¿A quién? A gente que tiene ganas de tener un perro con apariencia de fiero y que no sabe a qué se le ha dedicado hasta ese momento. Claro, je, je, un día se les escapa y se come a otro parro».
A veces se comen a un niño.
LA HORA DE LA VERDAD
Una riña de perros está regida por unas normas tremendamente rígidas y de obligado cumplimiento. Acordada la fecha del combate, se designa un árbitro, que recibe del dueño de cada contendiente una señal a cuenta, que rara vez supera las 50.000 pesetas (300 euros). Después se elige la ciudad en la que se celebrará la pelea –siempre el lugar en el que reside uno de los apostantes– y se prepara con las máximas precauciones el emplazamiento del ring: una nave industrial, una finca rústica... El ring es una especie de cuadrilátero de unos 16 metros cuadrados, delimitado por paredes de madera y con el suelo de cemento o moqueta.
«Sólo una persona sabe dónde se celebrará el combate –explica Rafael–. Lo más habitual es fijar una cita en un parking y que todos sigan en coche al organizador. De esa forma se evitan posibles filtraciones».
El primer acto consiste en pesar a los perros, porque en estos combates ‘oficiales’ no puede haber una diferencia de más de 300 gramos entre ellos. Si uno de los canes se excede del peso inicialmente fijado, su dueño pierde la pelea y el dinero entregado a cuenta. Si no hay contratiempos, se fijan las apuestas, que han llegado a alcanzar sumas multimillonarias, y perros, amos y árbitro se introducen en el ring.
A la voz del juez, los animales son liberados y se abalanzan uno contra el otro como dos locomotoras. El primer impacto es brutal. Los canes ruedan por el suelo con las mandíbulas entrecruzadas mientras pequeños hilillos de sangre que brotan de sus fauces tiñen de púrpura el suelo del cuadrilátero.
Se escuchan los gritos de aliento de los dueños, pero estremece comprobar cómo los perros cómo éstos se atacan con una fiereza sorda. No ladran, no gruñen, jamás aúllan de dolor. Muerden, machacan, destruyen, trituran en silencio, sin permitirse el menor gasto de energía que no vaya dirigido a herir al adversario. A matarlo. El único sonido perceptible es el resuello de sus gargantas.
Las peleas no son rápidas. Nunca lo son. Pasan los minutos, las presas se eternizan, el suelo se va trasformando en una resbaladiza superficie cubierta de sangre, sudor y babas; el hocico, las orejas, la lengua, los belfos y el cuello de los canes van adquiriendo la textura y el color de una hamburguesa, y la lucha no cesa.
De cuando en cuando, uno de los dueños se aproxima a la boca de su bestia y le sopla con fuerza, en un vano intento de oxigenarla. «Con dos animales bien entrenados, lo normal es que las peleas superen la hora de duración». Cuando el árbitro percibe algún síntoma de debilidad en uno de los perros, o interpreta que está rehuyendo la pelea, da la orden de parar. Los animales, como púgiles ensangrentados, son separados con ayuda de unas largas estacas de madera o ‘cuñas’, que les son introducidas en la boca para que suelten la presa, y conducidos hasta un rincón, donde se les refresca rápidamente con una esponja empapada en agua.
Después se le vuelve a encarar y si aquél suya disposición a pelear ha sido puesta en entredicho ataca, la pelea se reanuda. Este ritual se llama raya o ‘scruff’ –en el mundo de las peleas suelen pronunciarlo ‘scrach’–, expresión que parece proceder del inglés ‘by de scruff’: ‘por el pescuezo’, que es como se sujeta a los animales.
El combate finaliza cuando uno de los perros renuncia a atacar o, menos usual, con su muerte en el ring. Sea cual sea el desenlace, los dos canes quedan como un guiñapo. Y es que cualquiera de estos animales se dejará convertir antes en picadillo que rehuirá la pelea.
tomado de...
http://blogs.laverdad.es/blackblog/2008/04/09/fauces-contra-fauces/
Corría el año 2000 cuando me planteé como reto hacer un reportaje sobre peleas de perros. Era uno de esos temas cuyo conocimiento me apasionaba alcanzar por lo que tenía de salvaje, de atávico, de oculto y, por qué no, también de arriesgado.
No me resultó fácil llegar hasta personas pertenecientes a este submundo, cómo es fácil de imaginar. Hube de pasarme algunas semanas recorriendo barrios marginales y tratando de ganarme la confianza de los vecinos menos recomendables, pues quienes se dedican a este tipo de actividades ilícitas –las peleas de perros y las correspondientes apuestas– en no pocas veces tienen vinculación con otras prácticas delictivas, como el tráfico de estupefacientes. De hecho, las pautas de seguridad que se suelen seguir son muy similares en unos y otros casos.
El resultado de aquella investigación se publicó en julio del 2000 en la revista XL El Semanal, que se distribuye con todos los periódicos del Grupo Vocento, y causó una gran conmoción en algunos ámbitos, como los de las asociaciones protectoras de animales.
Yo estoy especialmente satisfecho del reportaje, pues era –creo– la primera vez que un periodista español se introducía de tal forma en este mundo y, a día de hoy, considero que no se ha vuelto a hacer algo similar en nuestro país.
A modo de advertencia para las personas especialmente sensibles con el sufrimiento de los animales diré simplemente que no es un reportaje agradable.
Un abrazo, y gracias a todos.
(El perro atigrado es 'Bull', en uno de sus combates, del que salió vencedor).
'BULL', EL PERRO ASESINO
«Un pitbull muerde con los huevos». Rafael –el nombre es supuesto– no ha olvidado el día en que escuchó por primera vez esa sentencia. Fue hace una decena larga de años. Una personalidad proclive a la violencia, una cierta afición a las apuestas y la compañía habitual de sujetos escasamente recomendables le habían conducido a iniciarse en las peleas de perros. Era un novato, un ‘patas’ que comenzaba a aventurarse en un mundo sórdido y brutal donde no existe la razón, sino el instinto en su estado más puro, y no se conocen otras leyes que el valor, la fuerza, el dolor, la sangre y la victoria. O la derrota. y con ella, muchas veces, la muerte.
Rafael era un novato, pero tenía un buen perro. Una bestia de sesenta kilos, cruce de mastín y bóxer, capaz de partirle el cuello al tipo más bragado a una orden de su dueño. Y lo había probado con éxito en un par de combates con otros perros en poblados de chabolas de cercanas localidades. En unos minutos tendría una buena oportunidad de seguir acrecentando su fama en la comarca. Tocaba pelea, el ‘ring’ estaba montado y dispuestos para acoger la riña y el rival ya sacaba su perro del maletero del coche. Pero a Rafael no le gustó lo que vio. «Guarda ese chucho ahora mismo, o te empiezo a dar de hostias». No había doble sentido en sus palabras. Decenas de contactos y llamadas clandestinas, citas en aparcamientos públicos, unos preparativos y unas precauciones propias de un intercambio de cocaína..., y todo se iba al garete por un payaso que había tenido la ocurrencia de presentarse al encuentro con un animal que no levantaba dos palmos del suelo y que, pese a ser robusto, ni de lejos alcanzaba los veinte kilos. Tres veces menos que su ‘Felipe’. Cierto que el bicho tenía una cabeza como un ladrillo y unos músculos maxilares tremendamente abultados, que le daban la apariencia de estar masticando dos pelotas de tenis. Además tenía algo en la mirada... Pero no, aquello era ridículo. «Guarda el chucho, que te ‘ahostio’. Y vamonos, que ya sólo falta que llegue la pasma».
«El perro es bueno –le respondió–. y se lo echo al tuyo sin que haya apuesta». La media sonrisa y la suficiencia con las que aquel tipo acompañó la frase colmaron la paciencia de Rafael, que liberó a su perro sin aguardar la preceptiva señal del árbitro. La pelea duró dos minutos. Tiempo suficiente para que el mastín le arrancase de un bocado medio hocico al otro animal; tiempo suficiente para que el chucho se liberase de esos colmillos y, con una furia ciega, lanzase sus fauces contra el pecho y el cuello de ‘Felipe’; tiempo suficiente para que hiciese presa y comenzase a triturar huesos, músculos, vasos, tendones y nervios con metódica pero implacable determinación; tiempo suficiente para ver el terror escrito en los ojos del gigantesco can; tiempo suficiente para comprender que ahí delante había un animal único e invencible porque no conocía el dolor ni el miedo... «Tu perro muerde con la boca. Mi pitbull muerde con los huevos». Ese día Rafael perdió una pelea, pero aprendió una lección que desde entonces aplicaría a las riñas de perros y a su propia vida. A la hora de morder, de golpear o de matar, pesan siempre más dos huevos que dos mandíbulas, dos puños o dos pistolas.
Hoy forma parte de la élite, de un ‘selecto’ club constituido por ocho o diez individuos, no más de una docena –algún conocido empresario, un par de traficantes de heroína, un picapleitos, un funcionario....– que controla el mundo de los combates ilegales de perros en España. «Peleas de verdad hay muy pocas –advierte Rafael–; no más de dos o tres cada año. Otra cosa es que unos desgraciados, de repente, cojan dos perros de mierda y los pongan a darse cuatro mordiscos. De ésos hay muchos. Pero una pelea como Dios manda..., de ésas hay bien pocas».
Para tener una pelea de verdad hay que tener dos perros de verdad. Dos ‘champions’, en el argot. Dos asesinos. Y no es fácil convertir en asesino a un perro noble, amante de los niños y fiel hasta dar la vida cien veces por su amo, como lo es cualquier pitbull. No es fácil por más que el animal lleve inscrito en su código genético un odio atávico e irrefrenable hacia los otros perros, por más que posea una mandíbula inconcebible, por más que tenga una potencia muscular incomparable... Para lograrlo hay que ser más animal que el propio perro. Y Rafael lo es. Y tiene un método infalible. Y es capaz de aplicarlo porque carece de escrúpulos.
«Yo le llamo –explica– la prueba de la supervivencia. Es sencillo. Consiste en atar al animal al aire libre, a pleno sol, sin comida ni agua, durante siete u ocho días. Si vive, si después de todo eso aún quiere vivir, será capaz de todo. Matará por vivir». No habla en balde. Lo ha visto. Lo ha visto hacer a su perro, a ‘Bull’, el mismo que acabaría convirtiéndose en campeón, cuando después de cinco días amarrado a una cadena, hambriento, deshidratado, exhausto, todavía tuvo cojones para abrir unos eslabones gruesos como un dedo humano, lanzarse como un diablo contra un pastor belga y destrozarle el cuello en pocos segundos. «Cuando llegué a casa, le había devorado la cabeza», rememora. ‘Bull’, tendido patas arriba, saciado de sangre, ronroneaba como un gato.
Una vez sometido a la prueba, con no más de un año, llega el momento de conocer cuánto de bueno hay en sus genes. «El pitbull auténtica nunca huye. Si lo hace, si se achanta, es que no es puro, no tiene buena sangre. Y es mejor dejarlo, venderlo.». La primera ‘topa’ da la medida de su raza. No es mucho más que un contacto entre dos perros jóvenes, que son separados antes de que lleguen a herirse gravemente, en cuanto han dejado constancia de su fiereza y de su ciega disposición a matar al oponente. «Eso es lo que alguna vez se ha visto en televisión: alguna topa de dos perrillos. No hay ni sangre. Y a eso le llaman pelea y lo presentan como una barbaridad. Muy poca gente ha visto una pelea de verdad», comenta, entre risas, Rafael. Y es que de las peleas de verdad no se suele tomar imágenes. Y si se toman alguna vez, son destruidas de forma inmediata. Y si no se destruyen, jamás salen a la luz. Jamás. Hasta que un día salen.
En el submundo de las peleas de perros todos se conocen entre sí. Y las noticias vuelan. Los resultados de los combates se conocen en horas y la fama de un buen perro, que haya convertido a un ‘champion’ en sanguinolenta pulpa, corre como la pólvora. No tardará en surgir quien rete a su dueño desde cualquier parte de España. A veces desde Alemania o Bélgica. La pelea será fijada con las máximas garantías de seguridad y siempre con varios meses de antelación. Meses en los que el animal será sometido a un entrenamiento propio de un gladiador. Pues no en otra cosa se ha convertido ya el perro. Llevará una dieta muy nutritiva, a base de arroz blanco con verduras hervidas y pienso de alto poder energético, y cada día se le arrojará a una piscina hasta que sea incapaz de dar una patada más al agua para mantenerse a flote. O forzado a correr tras una moto a lo largo de diez o quince kilómetros. «Yo les ato además al hocico una pieza de hierro de seis kilos, para que tengan que ir haciendo fuerza con el cuello y no den con el morro en el suelo. Se les pone el pescuezo como el de un toro».
Para aumentar la ya descomunal potencia de los maxilares, se les obligará a morder un neumático de coche, previamente atado a una viga o a la rama de un árbol, y se les dejará colgados durante doce o quince minutos. Aunque el método es sobradamente conocido en ese mundo, Rafael le añade el elemento diferencial, su firma: «Cojo una vara de olivo y lo hincho a palos mientras está colgado de la boca. No se suelta; al revés. Sólo se retuerce con más rabia y muerde con más fuerza».
El resultado de tales torturas sólo puede ser uno. Constituye un hecho científicamente probado que detrás de no pocos agresores sexuales, de hombres que han hecho de la violencia su principal argumento o su forma de vida, se oculta una infancia repleta de abusos, palizas, incomprensión y vejaciones. Nada muy diferente se esconde tras un perro asesino. Sólo un amo despiadado. Y ‘Bull’ es un perro asesino. Como lo fue ‘Fly’. O la perra ‘Aluja’, que se hartó de partir patas en los rings. O ‘Red’, el can murciano al que la gloria no le duró muchos meses. O ‘Guoyacá’, uno de los primeros pitbulls del circuito, al que un adinerado hombre de negocios se trajo de Estados Unidos, hace una década, y que fue dejando un rastro de sangre es desiguales peleas por el sureste español. O ‘Dólar’, que se ganó el apelativo cuando propició en Bélgica que su amo se embolsase un millón en billetes con el rostro impreso del bueno de Abraham Lincoln. O ‘Chicago’, comprado en M´México, que ganó tres peleas de máximo nivel en España antes de quedar convertido en un despojo entre las mandíbulas de ‘Bull’, el protagonista de nuestra historia. O ‘Bimbo’, un perro sin rival, sin comparación posible, el único al que jamás se le fue un rival vivo.
«Era impresionante –recuerda Rafael–. Se lanzaba al pecho y destrozaba las costillas, los pulmones, el corazón...». Hace tiempo que no se sabe de él. Pero España está llena de hijos de ‘Bimbo’ y de dueños irresponsables y cruentos dispuestos a convertirlos en lo mismo que fue su progenitor. Y a curarlos y alimentarlos mientras el ring no dicte sentencia condenatoria. Cuando eso ocurre, unos pocos son sacrificados. «Pero lo normal es que sean vendidos. ¿A quién? A gente que tiene ganas de tener un perro con apariencia de fiero y que no sabe a qué se le ha dedicado hasta ese momento. Claro, je, je, un día se les escapa y se come a otro parro».
A veces se comen a un niño.
LA HORA DE LA VERDAD
Una riña de perros está regida por unas normas tremendamente rígidas y de obligado cumplimiento. Acordada la fecha del combate, se designa un árbitro, que recibe del dueño de cada contendiente una señal a cuenta, que rara vez supera las 50.000 pesetas (300 euros). Después se elige la ciudad en la que se celebrará la pelea –siempre el lugar en el que reside uno de los apostantes– y se prepara con las máximas precauciones el emplazamiento del ring: una nave industrial, una finca rústica... El ring es una especie de cuadrilátero de unos 16 metros cuadrados, delimitado por paredes de madera y con el suelo de cemento o moqueta.
«Sólo una persona sabe dónde se celebrará el combate –explica Rafael–. Lo más habitual es fijar una cita en un parking y que todos sigan en coche al organizador. De esa forma se evitan posibles filtraciones».
El primer acto consiste en pesar a los perros, porque en estos combates ‘oficiales’ no puede haber una diferencia de más de 300 gramos entre ellos. Si uno de los canes se excede del peso inicialmente fijado, su dueño pierde la pelea y el dinero entregado a cuenta. Si no hay contratiempos, se fijan las apuestas, que han llegado a alcanzar sumas multimillonarias, y perros, amos y árbitro se introducen en el ring.
A la voz del juez, los animales son liberados y se abalanzan uno contra el otro como dos locomotoras. El primer impacto es brutal. Los canes ruedan por el suelo con las mandíbulas entrecruzadas mientras pequeños hilillos de sangre que brotan de sus fauces tiñen de púrpura el suelo del cuadrilátero.
Se escuchan los gritos de aliento de los dueños, pero estremece comprobar cómo los perros cómo éstos se atacan con una fiereza sorda. No ladran, no gruñen, jamás aúllan de dolor. Muerden, machacan, destruyen, trituran en silencio, sin permitirse el menor gasto de energía que no vaya dirigido a herir al adversario. A matarlo. El único sonido perceptible es el resuello de sus gargantas.
Las peleas no son rápidas. Nunca lo son. Pasan los minutos, las presas se eternizan, el suelo se va trasformando en una resbaladiza superficie cubierta de sangre, sudor y babas; el hocico, las orejas, la lengua, los belfos y el cuello de los canes van adquiriendo la textura y el color de una hamburguesa, y la lucha no cesa.
De cuando en cuando, uno de los dueños se aproxima a la boca de su bestia y le sopla con fuerza, en un vano intento de oxigenarla. «Con dos animales bien entrenados, lo normal es que las peleas superen la hora de duración». Cuando el árbitro percibe algún síntoma de debilidad en uno de los perros, o interpreta que está rehuyendo la pelea, da la orden de parar. Los animales, como púgiles ensangrentados, son separados con ayuda de unas largas estacas de madera o ‘cuñas’, que les son introducidas en la boca para que suelten la presa, y conducidos hasta un rincón, donde se les refresca rápidamente con una esponja empapada en agua.
Después se le vuelve a encarar y si aquél suya disposición a pelear ha sido puesta en entredicho ataca, la pelea se reanuda. Este ritual se llama raya o ‘scruff’ –en el mundo de las peleas suelen pronunciarlo ‘scrach’–, expresión que parece proceder del inglés ‘by de scruff’: ‘por el pescuezo’, que es como se sujeta a los animales.
El combate finaliza cuando uno de los perros renuncia a atacar o, menos usual, con su muerte en el ring. Sea cual sea el desenlace, los dos canes quedan como un guiñapo. Y es que cualquiera de estos animales se dejará convertir antes en picadillo que rehuirá la pelea.
tomado de...
sábado, 7 de junio de 2008
SUNY
A través de mi amigo Fali he recogido esta noticia que me ha dado muchísima pena ya que el pobre Suny es un ancianito al que se le acaban las posibilidades porque se esta dejando morir de pura tristeza.
Y como no, necesita un hogar de acogida y alguien que le devuelva las ganas de vivir porque su dueño en su momento pensó que ya no le servia para la caza y fue a parar al refugio de Almendralejo
Si bien es cierto que yo misma tengo unos doce perros que esperan llegar a buenos hogares mis casos no son tan Urgentes porque al fin y al cabo mis pequeños son felices por ahora y no piensan ni mucho menos dejarse morir.
Espero que Suny tenga la suerte de encontrar un buen hogar y sobre todo un buena persona que le devuelva esa alegria que alguien sin escrúpulos le arrebato.
Podeis poneros en contacto directo con el refugio o con grey-hound@hotmail.com o llamando a Pamela al número 671 343 603
Suerte Suny !!
martes, 3 de junio de 2008
martes, 20 de mayo de 2008
MI PRIMERA CONCESION DE PREMIO
Últimamente me están llegando algunos premios que recibo con gran alegria y alago. Asi que me he propuesto crear mi premio especial.
Este premio se tiene que conceder a aquel blog del cual as tomado mucha ayuda, o bien es tu favorito, o bien lo consideras tan importante que merece ser destacado.
En mi caso tengo bien claro a quien dar el premio y no es otro que a http://villarochel.blogspot.com/
Las normas son:
-dar el premio a un solo blog (maximo dos)
-poner el enlace de quien te lo ha concedió
el premio
Este premio se tiene que conceder a aquel blog del cual as tomado mucha ayuda, o bien es tu favorito, o bien lo consideras tan importante que merece ser destacado.
En mi caso tengo bien claro a quien dar el premio y no es otro que a http://villarochel.blogspot.com/
Las normas son:
-dar el premio a un solo blog (maximo dos)
-poner el enlace de quien te lo ha concedió
el premio
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